
Alguna vez, escuché a uno de esos viejos queridos que siguen al DIM desde hace décadas, decir textualmente: “yo no estudié, porque en vez de ir a la escuela, me iba a ver entrenar a Corbatta”, Inclusive, tuve la oportunidad de conocer a uno de mis contemporáneos de mediados de los 80 llamado Omar Orestes, bautizado de esa manera en honor a uno de nuestros más célebres ídolos, más que olvidado, para muchos… desconocido.
Me di entonces a la tarea de indagar sobre la obra futbolística de Corbatta, y encontré que la historia misma lo consagra como el mejor puntero derecho de todos los tiempos, y jugó en el DIM como un motivo más de orgullo, para nuestra ostentosa historia.
Entonces, queridos hinchas del Rojo, han sido muchos los comentarios sobre Pelé, muchas las comparaciones con Maradona, e inclusive nos hemos vanagloriado de Valderrama, pero en esta ocasión les presento al más grande de todos los tiempos… OMAR ORESTES CORBATTA.
Nació en la plata Argentina a eso de 1936, era de una familia pobre, de ocho hermanos., desde muy pequeño, su familia le llevó a vivir a una pequeña población Argentina llamada Chascomúz, desde donde regresó a Buenos Aires a los 19 años para jugar en Racing Club de Avellaneda. Atrás quedaron las hazañas en los potreros, sus humildes trabajos de niño pobre y su breve paso por la escuela primaria, en donde no pasó de segundo grado.
En 1957 integró aquella fenomenal selección argentina que ganó el suramericano de Lima, derrochando fútbol y goles. Corbatta fue uno de los famosos carasucias y sus genialidades pegado a la raya de cal le hicieron ganar un apodo… el de “LOCO”, porque Omar Orestes Corbatta tenía la locura de los talentosos, de esos que amagan para un lado… y se van para el otro, de esos que en el momento que el partido se pone caliente… tiran un caño, de esos que viven un romance apasionado con la pelota y que él definía así: “A la pelota, hay que tratarla bien, es como una mujer, si le pegas se te va… por eso yo no le pego, la acaricio, por eso no me la pueden sacar, porque ella no se quiere ir de mi lado”.
A mediados de su carrera cayó en el poso de una prematura decadencia, sin embargo Alberto J. Armando seguía confiando en él, pagó doce millones de pesos argentinos que no eran pocos en aquella época para que Corbatta vistiera la camiseta de Boca Juniors, con ese dinero Racing Club de Avellaneda amplió su estadio en Avellaneda y construyó un complejo deportivo .Intentaron recuperarlo, tuvo algunas tardes buenas, sin embargo la vida se encargó de quitarle otras cosas y lo arrinconó como a un niño indefenso.
Pero en 1965 y hasta 1969 una de esas bondades del destino lo trajo hasta el Deportivo Independiente Medellín, quienes conocieron la majestuosidad de su fútbol dicen que nunca hubo otro igual, fue el típico ídolo de multitudes, un diablo, un crack, un fuera de serie, un irrepetible, un loco, uno de esos pocos que hacía golazos de penalti… él mismo decía “Nunca me ponía de frente a la pelota, siempre de costado. Le pegaba con la cara interna del pie derecho y en el medio, con un golpe seco. Además, agachaba la cabeza para que el arquero no adivinara dónde iba a tirar y en cambio yo veía todo lo que él hacía. En cuanto se movía era hombre muerto…” En la cancha, demostraba una inteligencia y una habilidad comparable solamente con los grandes; se convirtió rápidamente en ídolo, verlo con la pelota en los pies era una fiesta y su andar en la cancha mezclaba elegancia y picardía, talento y sorpresa. Para los hinchas del DIM debe ser un orgullo extremo que un jugador como Corbatta se vistiese con nuestra camiseta, es que en realidad fue un grande. Muchos, incluido Pelé lo consideraron el más grande puntero derecho de todos los tiempos, por encima de Garrincha.
El destino que lo trajo a Medellín quizá fue también el responsable de que con el tiempo no siguiera siendo el Crack sorprendente, tímido y de poco carácter; pues se rodeó de mala compañía y compartió parte de sus horas con un enemigo feroz… el alcohol.
Corbatta fue uno de esos grandes a los que les sonrió el fútbol… pero no la vida, pues cuando ya las piernas no funcionaron y el cerebro se enturbió en los espirales del alcohol, Omar Orestes Corbatta empezó a disputar el partido más duro y dramático de su carrera, ya no le fue fácil amagar para un lado e irse por el otro, ni tirar un caño, ni recurrir a la gambeta elegante; la marcación fue férrea, dura, despiadada y a pesar de hacerle algunas picardías su avance no pasó del 5 de Diciembre de 1991… un cáncer de laringe hizo sonar la pitada final, tenía 55 años y murió pobre muy pobre y muy sólo… SÓLO CON TODA LA GLORIA. |